19 - 05 - 2015

Imagino a uno de nuestros prehistóricos ancestros del lejano oriente inspeccionando una planta silvestre de la que pendían unos frutos rojos redondos, atractivos a su vista y necesarios para su subsistencia. Sin más, éste podría ser un episodio cualquiera de aquella forma de vida primigenia, aunque constatado como evidencia en restos arqueológicos con 8.000 años de antigüedad. Nuestra fascinación viene de lejos, su visión es tan atractiva que desde entonces se ha grabado en nuestro adn,  llegando hasta nosotros insinuándose con la forma de cereza.

Cuentan las crónicas que los romanos perfeccionaron las técnicas de injerto y la creación de nuevas variedades de cerezas que fueron extendidas por todo su imperio. Sobra decir que uno de los rasgos bien conocidos de esta cultura fue el que hoy podríamos denominar gastrónomo, con la variante de una vocación desproporcionada por unos excesos muy identificados en sus bacanales. Uno de estos ilustres ciudadanos romanos, Licinio Lúculo, sibarita refinado donde los hubo, posee la paternidad de la difusión de la cereza desde la villa y corte a todo el imperio, ayudando a iniciar el cultivo y desarrollo de las variedades que desde entonces acompañan a esta fruta, cuya maduración se produce al final de la primavera y ostenta el reconocimiento de la mejor fruta fresca del verano. En esa estación y también como costumbre ancestral, los japoneses veneran las flores del cerezo, denominadas Sakura, símbolo de la cultura nacional, representado en el festival Hanami que ensalza la delicadeza y belleza de las flores. Sin llegar a esa devoción, en el Valle del Jerte de Cáceres podemos vivir esa experiencia a finales de marzo o principios de abril y aproximarnos a la espectacularidad de campos iluminados por esas flores blancas.

 Su atractivo es poderoso y se ha tomado como referencia para proyectar emociones, como en la década de los 70 cuando el fotógrafo Tony Riera escogió la imagen de la cereza como icono representativo de la discoteca de Pachá en Ibiza, jugando con la proyección de los hippies y el ambiente nocturno de la isla, esencia que pretende seguir vigente en nuestros días. Quizás, asociando los sueños no alucinógenos, -o también-, de aquella época, con la interpretación de los sueños no Freudianos actuales en los que se busca el significado de soñar con cerezas. Los «gurús» estudiosos de esta cuestión nos indican que están asociados con la suerte y la fortuna y aseguran con osadía que quienes están pasando momentos de pasión amorosa y sueñan con cerezas de color rojo intenso, indican suerte en esas relaciones. Evidentemente, soñar con cerezas en mal estado no resulta nada positivo en cuestiones referentes a la salud. A todo ello, mi pregunta es, ¿Alguien ha soñado con cerezas?.

Estas suertes adivinatorias las podemos constatar en esas noches de insomnio, contemplando los programas televisivos de protagonistas milagreros y cosas varias, que nos proporcionarán lecciones magistrales, con tirabuzón incluido, intentando demostrar que poseen la pócima mágica para solucionar cualquier problema adicional a la interpretación de los sueños relacionados con cerezas.

Lo que sí está científicamente demostrado es que en lugar de servir para esas interpretaciones, la cereza mejora la calidad del sueño por su concentración de melatonina y es considerada como una de las pocas frutas que la contiene. Se suman a la interesante lista de beneficios, su alto contenido de hidratos de carbono con un nivel de calorías moderado, importantes cantidades de fibra que mejoran el tránsito intestinal, pequeñas cantidades de vitaminas A y C, propiedades antioxidantes con un contenido superior al de otras frutas por su aporte de antocianinas y destacados componentes de hierro y calcio, ideales para la osteoporosis y los problemas de formación de los dientes.

Además, su ofrecimiento es osado, porque cada variedad posee características muy particulares que nos dejan escoger entre cerezas grandes, rojas, pequeñas, dulces, como las variedades Napoleón, picota, sandy, frambuesa, o cerezas ácidas como la richmond, morello o montmorency.

Si como dicen, las cerezas previenen la pérdida de memoria, no nos olvidemos  de ellas cada entrada del verano, podremos alejar durante ese tiempo al sucedáneo tan atacado como los bombones Mon Chéri negros, con cereza y licor, sucedáneo a su vez, de un cóctel con cereza navegante.

Jose Rabadán

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